La Rosa Roja
“La clase obrera no estará en condiciones de crear una ciencia y un arte propios hasta que se haya emancipado de su situación actual como clase”.
Rosa Luxemburgo nació en el pequeño pueblo polaco de Zamosc, el 5 de marzo de 1871. Desde muy joven fue activista del movimiento socialista. Se unió a un partido revolucionario llamado Proletariat, fundado en 1882, alrededor de 21 años antes de que se creara el Partido Social Demócrata Ruso integrado por los bolcheviques.
Mientras el movimiento revolucionario ruso estaba todavía restringido a actos de terrorismo individual llevados a cabo por una heroica minoría de intelectuales, Proletariat organizaba y dirigía a miles de trabajadores en huelga. Pero, en 1886, el partido fue prácticamente decapitado por la ejecución de cuatro de sus líderes luego de un enfrentamiento con policías y militares.
“No debemos olvidar, empero, que no se hace la historia sin grandeza de espíritu, sin una elevada moral, sin gestos nobles”.
Apenas dos años más tarde, Rosa ya era reconocida como líder teórico del Partido Socialista Revolucionario de Polonia y llegó a ser colaboradora principal del su diario. En 1894, el nombre del partido, Proletariat, cambió por el de Partido Social Demócrata del Reino de Polonia al que permaneció toda su vida.
“La potencia del proletariado está fundada sobre su conciencia de clase, sobre su energía revolucionaria, que es dada a luz por esa conciencia, y sobre la política independiente, resuelta y consecuente de la socialdemocracia, la única que puede desencadenar esa energía de las masas y moldearla como un factor decisivo en la vida política”.
Contraria a todo nacionalismo, en 1898 se trasladó a Alemania para unirse al poderoso Partido Socialdemócrata de aquel país y participar en los debates teóricos que lo agitaban desde la muerte de Marx y Engels.
Junto con Karl Liebnet encabezó las protestas de los socialistas de izquierda contra la Primera Guerra Mundial y contra la renuncia del Partido Social Demócrata al internacionalismo pacifista; fue detenida por ello en 1915, pero continuó escribiendo desde la cárcel.
Fue ella quien sentó las bases teóricas para la ruptura de la Liga de los Espartaquistas, transformada un año más tarde en Partido Comunista Alemán. Ya en libertad, lanzó junto con Liebnet la Revolución espartaquista de 1919; y, como él, murió masacrada a manos de los militares encargados de su represión.
“¡El orden reina en Berlín! ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro orden está levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡Yo fui, yo soy, yo seré!”.
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